Los domingos de mis pocos años como dinteles silentes sujetando semanas. Deslizándose horizontales y soleados, incluso cuando el Cantábrico se empeñaba en cantarlos de galerna. Tacón alto y suelo ajedrezado. Rojo-blanco, blanco-rojo, rojo-blanco. Balaustre hacia el océano. Piernas de mujer, medias de gato, en avenidas de plátanos salvajes. campanadas,
cloche-cloche, confiterías, manos chicas, martini rojo con oliva y curruscos de pan siempre a deshora.
Las tardes escondían en sus pliegues siestas-cama que tejían telas suaves y rumor de playas.
Vacarme de cubiertos en la lejanía, siempre azul, de la cocina. Juegos bajos, mantas cielo. Ternuras y culpa, mucha culpa, por no poder parar las manecillas y seguir creciendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario