31.5.08

Ya goteo



Navego en un río de guitarras japonesas que propone Gontiti. Ir y venir en esta casa de lavadoras de color y bronquitis perruna. Hace años, cuando mis mareos existenciales se reducían a caer en catarata por escaleras bajas y alejarme de los no-lugares por temor a un vértigo asesino, visité la consulta de mi médico de cabecera.
No recuerdo bien que dije, pero ella reaccionó bruscamente pidiéndome que no le asustara con síntomas de despersonalización en mi discurso adole(s)c(i)ente. Hoy navego entre guitarras y, en el link a link de la marejada post-moderna, llego desde la película Las horas y los trastornos de Virginia Wolf a atracar en un artículo de un diario médico chileno en el que se vincula su enfermedad mental con su creatividad artística.
En esta lectura, más fragmentada que nunca, de eso se trata el collage del siglo XXI, salto a la despersonalización. O en un escenario de hace varios meses Je est un autre. Los síntomas descritos se ajustan perfectamente a lo que yo sentía por aquel entonces. Disolución del yo o extrañeza del no.
En esta ruta fragmentada desde la que escribo, descubro que no puedo abandonar mis pies descalzos. Duele la humedad de esta casa vieja como los alfileres líquidos en los cristales de Ángel. (Me pregunto si angel acentuaba su vocal mayúscula). Al final he aceptado la ofrenda; unas zapatillas acolchadas del rosa chicle de los años 80 para cubrir mis huesos y protegerme del efecto de capilaridad que podría humedecer la columna vertebral de mi miedo. Y eso nunca, porque un miedo podrido se enmohece. Mejor con los pies secos y bajo el Plenilunio de Alberto Vega.

28.5.08

NosotrAs




Nosotros
los que arrastramos
un pedazo de nube en los zapatos
Los que damos rienda suelta
a las noches, a las risas, a las manos.

Nosotros
la rota escarcha que no pudo
inundar de guitarras las aceras.
Las afiladas uñas que amenazan
el gigantesco celofán de Lo Establecido.

En cuanto a vosotros, necios verdugos
del placer, el aire libre y la palabra
mejor os trague la tierra
de una fiera y precisa dentellada

Plenilunio- Alberto Vega

10.5.08

De soslayo



Yo lo que quiero es cultivar hierbas. Pequeñas, diminutas y regalarlas con esmero de farol vertiendo caricias en la madrugada de las calles. Aunque no quede más remedio que hacerlo en el asfalto. Me gustaría regar el ciboulette con una regadera de bata escolar a cuadros. Me interesan sobre todo las plantas bulbosas. Tulipanes necesarios, incluso los metálicos. Cebollinos, narcisos, jacintos tristes, irises. Cebollas, capa tras capa de llanto en escalera, para llegar a un centro bulboso-vulvático que sigue haciéndome llorar.
Estoy congestionada, debí ingerir un sueño en malas condiciones, y aquí estoy, adoleciendo de futuro como siempre. El viernes secuestraré un pájaro para atravesar la utopía de las nubes. Sobrevolaré lugares en los que agonizan animales polares, a golpe de palo humano. Me colaré por varios no lugares. Llegaré a Madrid, con dos maletas verdes y el taconeo de mis veinte años.
Pronostican el deshielo para finales de junio. No descartan que llegue acompañado de fuertes marejadas en el mar cantábrico. Han pasado quince años desde que me mudé a un puerto de mar. Ahora vivo en el desierto y despierto cada mañana asfixiada por la sequedad del aire.
Vitoria-Bilbao-Boise. Boi-Bio. Voy- Digo palabras para conjurar no sé qué necesidad del corazón del hielo. Escupo con desgana, con prisa, sin el cuidado esencial que precisa el conjuro. Digo nínfula. Ínsula. Y después callo.
La asfixia, el agarrotamiento de mi mente en la horizontalidad de esta ciudad de plástico. Es cierto que crecen los plátanos salvajes, la luz de arce, la miel, el sirope que lo baña todo en el verano.
Sobre la cómoda descansa Michigan. Me preguntó si allí encontraré, por fin, la verticalidad. Hay quien me pide que me mude al norte, que escale rascacielos, que suba con tacones las escaleras. La verdad es que prefiero seguir tumbada, soñando sólo con la posibilidad de una ínsula extraña. Sin buscarla.